25 ago 2011

LA VENTANA INTERIOR



Dos hombres, ambos seriamente enfermos, ocupaban la misma habitación de un hospital. A uno de ellos se le permitía sentarse en su cama por una hora cada tarde. Su cama estaba junto a la única ventana del cuarto. El otro hombre debía permanecer todo el tiempo acostado, tendido sobre su espalda.
Los hombres hablaban por horas y horas. Hablaban acerca de sus esposas y familias, de sus hogares, sus trabajos, su servicio militar, de cuando ellos habían estado de vacaciones. Y cada tarde, en la cama cercana a la ventana, el que podía sentarse se pasaba ese tiempo describiéndole a su compañero de cuarto las cosas que veía desde allí. Sus palabras traían un hermoso lago, cisnes, personas nadando y niños jugando con sus pequeños barcos de papel. Jóvenes enamorados que caminaban abrazados entre flores de todos los colores del arco iris. Grandes y viejos árboles que adornaban el paisaje y hasta una ligera vista del horizonte en la ciudad, que podía divisarse a la distancia. Como el otro hombre de la ventana describía todo esto con exquisitez de detalle, el hombre de la otra cama podía cerrar sus ojos e imaginar tan pintorescas escenas.
Incluso, una cálida tarde de verano, el hombre de la ventana le describió un desfile que pasaba por allí. A pesar de que él no pudo escuchar a la banda, sí podía ver todo en su mente, pues el caballero de la ventana le representaba todo con palabras descriptivas. Así, el hombre en la otra cama recomenzaba a vivir, en esos pequeños espacios de una hora, como si su mundo se agrandara y reviviera por toda la actividad y el color del mundo exterior.
Pasaban, los días, semanas pasaron.
Un día, cuando la enfermera de la mañana llegó a la habitación llevando agua para el baño de cada uno de ellos, descubrió el cuerpo sin vida del hombre de la ventana. Él había dejado su cuerpo tranquilamente durante la noche mientras dormía, para ir al encuentro con Dios. Ella se entristeció mucho y llamó a los demás dependientes del hospital para sacar el cuerpo.
Tan pronto como lo creyó conveniente, el otro hombre preguntó si podría ser trasladado cerca de la ventana. La enfermera estaba feliz de realizar el cambio, luego de estar segura de que estaba confortable, lo dejó solo. Lenta y dolorosamente, el hombre se incorporó apoyando uno de sus codos en la cama, para tener su primer visión del mundo exterior. Finalmente, iba a tener la dicha de verlo por sí mismo. Se estiró para, lentamente, girar su cabeza y mirar por la ventana. Entonces, solo vio una pared blanca.
El hombre preguntó a la enfermera como su compañero podía haber visto tantas cosas, pese a esa pared blanca. La enfermera le contestó que ese hombre había quedado ciego y que, por lo tanto, él no podía ver esa pared. El hombre preguntó a la enfermera que pudo haber obligado a su compañero de cuarto a describir tantas cosas maravillosas, que ya no veía. Ella dijo: "Quizá, él solamente quería darle ánimo".
Hay una tremenda felicidad en hacer a otros felices, a pesar de nuestras propias limitaciones. "Compartir el dolor es dividir el sufrimiento, pero compartir la belleza interior _____________________
es duplicar la riqueza espiritual".-

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