14 jun 2011

LA CALLE DEL OLVIDO


LA CALLE DEL OLVIDO…
Cada sueño es una primera muerte. Cuando nos sentimos encantados bajo su hechizo, se quiebran las esperanzas de despertar y regresar a la realidad. En los momentos en que abundan amores de otros tiempos, de otros lugares y circunstancias; anhelos y momentos que llenaron al alma de fe y esperanza. Pero nada es para siempre en el instante en que inevitablemente debemos abrir los ojos y abrazar la soledad.
Algunos dicen que el invierno es mi estación favorita. Tal vez porque haya nacido en el abril sudamericano, que corresponde en definitiva a catalogárseme como compañero del hielo. En contraposición al mes de mi nacimiento, me crié con el apego del cariño y el afecto en extremo, acarreando en mí desde tempranas estancias, una singular sensibilidad. Sí. Lo admito. Amo desesperadamente. Y si supieran a quién.
No me culpen por ser el extraño peregrino que va a quién sabe adónde para buscar a otro extraño llamado Dios. Oigan hablar al escéptico sin remedio y sin causa; al incomprendido guardián de la desazón. Pero si supieran la verdad, sólo si la supieran. Si tuviéramos más del tiempo que necesitamos para sobrevivir. A cada segundo el mundo se acaba y poco al mundo ahora puede importarle mi vida.
Fue en ese entonces cuando supe que mi corazón hacía mucho había perdido el rumbo, con sus vaivenes inexplicables en calles no exploradas, esquinas sin puntos de retorno. La brújula a medio torcer de mis sueños era como la toalla que arrojan los boxeadores cuando ya presienten su fin en el combate.
Un cigarrillo que encendía para fumar el olvido de besos sin historias, sin registros ni pasajes de vueltas. Eso había pensado en aquél momento. No. Así pienso ahora. Tal vez. Aunque amaba a sus ojos, su cariño, su fe. Son inexplicables los minutos y los segundos. El presente es tan efímero. En un segundo dejo de realizar una acción y si la reitero carece de la intensidad de antaño. Basta de filosofías. Basta de metafísicas que imprimen su vanidad en el campo equivocado.
Hoy la recuerdo como antes la recordaba. Su piel blanca de luna que asomaba un pálido reposo bajo el esplendor de las estrellas. Sus cabellos negros acurrucados ante la calidez de mis manos. Sus labios simétricos de rosa mística. Y sus besos…sus besos…
Todo parecía rodar sin sentido. El tiempo entre botellas y sorbos me eran ya indiferentes. Era la hora de partir. El sendero más lejano a casa. ¿Por qué decidí tomarlo? En ese entonces no lo sabía, ahora sí lo comprendo.
Acercándome hacia la avenida de los coches que en silencio pasaban como cortejos fúnebres, se disipaban las tinieblas de la espesa noche. Disminuía el tránsito, los negocios ya cerrados, nada a mi alrededor. Salvo el pequeño suspiro ininteligible de una voz al cruzar una calle. ¿A qué has venido? ¿A qué has venido? Repetía y preguntaba. Sólo es el viento…me decía por dentro. Nada de eso era cierto.
¿Por qué regresas si todo ha terminado? Olvida el recuerdo…olvida a este amor acabado. Por qué escuchaba tales palabras…no sabría decirlo. ¿Por qué hablas y te escondes? Ya no hay nada que perder, dime quién eres y olvidemos ya, dije con tristeza. La niebla se hizo espesa y se nublaban mis ojos. Una silueta se distinguía en la oscuridad. Caminaba a pasos de fantasma, sin tiempo, sin apuros, sin premura.
De pronto el espeso humo va desapareciendo y surge la imagen de ella. Sí, definitivamente era ella. ¿Por qué estaba allí? ¿Quién la había llamado? No lo sabía en aquél entonces…hoy ya lo comprendo.
¿Deseas olvidar realmente? Me pregunta con una voz fría e indiferente. Si pudiera, si así fuera, ¿cómo podría lograrlo? Estábamos tan cerca y a la vez tan lejos. Primero el saludo y después el beso, ¿a qué jugábamos por aquellos días? Dije ya sin temor. Una sonrisa brotó de su boca helada y se limitó a decir: Jugábamos a olvidar.
Si pudiera responderme a mí mismo la afirmación inconexa que había puesto a mi corazón. Olvidar. ¿Qué debíamos olvidar? Nunca pude explicármelo. Quisiera que me digas…¿qué deseabas convertir a nada? ¿Querías eliminar a los besos que nuestros labios se regalaban? ¿O tal vez era la grandeza de decir que me amabas?
Olvidas que te olvidé hace mucho tiempo. No hay aquí ya nada tuyo, te lo he devuelto…se limitó a decir. Y también quiero lo que tienes en tu corazón, que es lo que me pertenece. Ya no quiero que me recuerdes. Quiero que olvides. Que dejes de pensar en lo que ya fue. Ahora es…después será, se limitó a decir.
No podía herirme, por más que buscaba y buscaba la explicación más adecuada a nuestros pensamientos divididos. Ella olvidaba mientras mi corazón se dedicaba a recoger el recuerdo que arrojaba su alma. Mientras ella reía suprimiendo nuestros sueños, mi alma se refugiaba en cada uno de esos besos. Aún no lo entiendo. Si supiéramos hasta dónde somos capaces de llegar.
Cuando decidas olvidar, serás libre. Ya no tendrás que estar sufriendo por algo que no vale la pena. Olvida al pasado. ¿De qué sirve vivir en el pasado? El presente es lo importante, y el futuro está trazándose en este instante, sentenció rudamente.
Era hora de colocar a las cartas sobre la mesa. El sueño había terminado por tantos motivos. No existían culpables. Un amor parecido a un crimen que se había cometido bajo el polar resquicio del silencioso invierno. No habría más soluciones ni problemas. Tenía que olvidar porque me lo pedía ella. Pero no pude.
Eres el fantasma del amor pasado, del sueño perdido y de las horas en naufragio. Nadie te siente ni te busca más que en las regiones del ayer. Y así debe ser. Porque el mundo ni nadie podrá comprender, que la vida en segundos se acaba, y el presente es un triste atardecer. Haz recuento de lo que hiciste en el día, los buenos días, las buenas tardes, las buenas noches del hoy y te encontrarás con la amargura de significar simplemente recuerdos y plegarias efímeras.
Es el pasado. Lo que has dicho ha quedado en el pasado, y sella mis labios con la amarga promesa de verte en otras circunstancias, en otras melancolías, en otros santos recuerdos de mi alma. Me importaba cada minuto de mi vida hasta que descubrí que en cuestión de segundos todo termina. Y es así. Han acabado los sueños nuestros. No pediré ni al Cielo del cuál dudaba antes, que pueda hacerme olvidarte, porque no podré hacerlo.
Hoy pasas a ser recuerdo, y allí estarás hasta que mi corazón se sienta solo y vuelva a acudir en tu consuelo. Aquél consuelo será el haberte perdido para siempre y el regreso de un suspiro que hace poco se había escuchado. El consuelo de verte en otras circunstancias, en otras melancolías, en otros momentos. Sea la dicha para ti como la amargura para mí. Vive tu presente que se verá consumido por el pasado al atravesar un minuto, un segundo y los días del año. Pasarán los años y ya será muy tarde…
Bajó la mirada hacia el pavimento y decidió dar la vuelta y alejarse. Mientras se iba en silencio decidí preguntarle esto: ¿en dónde estuvimos todo este tiempo? ¿A qué jugábamos? Solamente dijo: jugábamos a olvidar…en la calle del olvido, cuando su silueta se perdió entre la niebla noctámbula de la madrugada.
La noche empezó a aclarar y mi corazón seguía en el mismo lugar. Trataba de recomponer lo perdido y seguir mi camino, hasta que distinguí un estrecho sendero que con el viento parecía saludarme a lo lejos. Conocía esa calle. Muchas veces estuve allí. Ella también la conocía.
Me acerqué más y más. En un rincón del camino, mientras la esperanza se quebraba con el latido irregular del corazón, se presentó ante mí una placa con una inscripción que recordaba a los cementerios. Un ramo de rosas cubriendo la inscripción. Los aparté y leí las siguientes palabras:
“Quiero olvidar que me has besado, quiero olvidar que me has querido, quiero olvidar que me has amado. Sin pensarlo, olvidé que ya me has olvidado”.
Era la verdad irresoluta. Yo había mandado colocar esa placa junto a nuestra calle. La calle que nos contempló besándonos y abrazándonos tantas veces en el silencio. Sí. Había olvidado también. El fatal dolor de haber olvidado que ella había muerto

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